El fútbol ha sido injusto con el Valencia. Le hacastigado en exceso. Nunca un empate, un punto, supo a tan poco. Casi a nada, porque los tres en juego han debido volar hacia la capital del Turia. Ni siquiera vale el consuelo de que se ha evitado una derrota que durante muchos minutos se estuvo sufriendo, en la misma medida que temiendo que resultara irremediable pese a los méritos realizados.
El Valencia ha dado una lección de fútbol al Sporting durante casi ochenta de los noventa minutos del encuentro. Y pese a ello estuvo 76 por debajo en el marcador. Baño al margen, a Marchena le hicieron un penalti de libro que el árbitro no quiso señalar, pues se vio claro; el propio defensa valencianista estrelló un remate con la testa en el poste, acción que más tarde repetiría también Villa. Más imponderables, imposible. Y, cuando no, era el meta local Juan Pablo el que salvaba los muebles para los rojiblancos.
Y menos mal que en la prolongación César salvó un mano a mano con Bilic que, de haber acertado a marcar el delantero rojiblanco, hubiera dado la puntilla a un Valencia que, en Gijón, debió creer en brujas, en meigas, en gafes, en mal fario y hasta en el mal de ojo. Ha tenido a todos los hados en contra, con lo que hay que dar por bueno el punto obtenido pues, aunque se hubieran jugado dos horas más, visto lo visto tampoco se habría ganado.
De momento, se ha evitado una nueva derrota, como sucedió en la anterior salida, primera de la segunda vuelta del campeonato, que permite continuar respirando en la tercera plaza de la clasificación. Otro dato positivo, quizás el único del Molinón, que ninguno de los seis valencianistas amenazados de suspensión por tarjetas cayó. Algo es algo.
Emery no se guardó nada de salida, pensando en el partido europeo del próximo jueves. No dio descanso a nadie. Ni a Bruno, al que ha alternado en alguna ocasión con Miguel; tampoco a Albelda, ante las molestias musculares sufridas durante la semana. Ni siquiera jugó la baza del Chori, ante las buenas sensaciones que el argentino dejó en su estreno en Mestalla.
Y el equipo respondió, excepto en los siete minutos iniciales. Cuando mandó un Sporting que salió hipermotivado, mordiendo, con ganas. Y con lucidez en su faceta ofensiva. Carmelo por la derecha, Diego Castro por la izquierda y De las Cuevas en la media punta hicieron mucho daño a una zaga valencianista que no acertaba a atajar la creatividad de los rojiblancos. Ni en la medular, ni por las bandas.
Fueron unos minutos terribles para el Valencia. Los de Emery bailaban al son que marcaba el Sporting, pasado de revoluciones. Y los de Preciado obtuvieron el premio a su esfuerzo, por medio de un Diego Castro que estaba de dulce. Le salía todo. Y, tras controlar el esférico cerca del vértice derecho del área de César, se posicionó, metió el interior de su bota diestra y clavó el cuero por la escuadra opuesta, sin que el veterano y efectivo meta valencianista tuviera opción alguna de desviarlo. Un gran gol.
A partir de ahí, se acabó el Sporting. El Valencia metió la directa, comenzó a tocar, a mirar hacia delante y los locales tuvieron que ceder metros. Demasiados. Se vieron arrinconados y, como si se les hubiera acabado el fuelle, no podían ni salir al contragolpe. El mando, el control y el fútbol era valenciano.
El equipo de Emery funcionaba. Banega había entrado en contacto con el balón más a menudo, se ganaba en profundidad y delante, los pequeños, comenzaron a sembrar el pánico en El Molinón. Villa, profeta en su tierra, se encargó de los tres primeros remates a portería. Se encontró siempre con Juan Pablo. En el primero, con un paradón casi imposible, tras empalmar el Guaje sobre la marcha un centro medido de Mata.
Sin embargo, el protagonismo estelar fue para Marchena. El tercer remate de Villa, minuto 18, acabó en córner. Tras el lanzamiento, Gregory sujetó al defensa valencianista de manera reiterada, para acabar subiéndose a caballo sobre él. Penalti clamoroso, del que ni Ramírez Domínguez ni sus asistentes se enteraron. O no quisieron enterarse, porque fue muy claro.
Y a punto de cumplirse la media hora, de nuevo apareció en escena Marchena. Tras botarse otro saque de esquina, Carlos remató con la cabeza, pero el balón fue a estrellarse en el poste izquierdo del portal sportinguista, con Juan Pablo totalmente batido. Ver para creer.
El Valencia era un rodillo que aplastaba a los locales. Les pasó por encima en todos los aspectos. Mas no hubo forma de convertir el abrumador dominio en goles. Hubo remates de Pablo, Mathieu, Silva… Todos con idéntica suerte. El último antes del descanso fue a cargo de Mata, tras un muy buen servicio en profundidad de Dealbert. También se estrelló en Juan Pablo.
El intermedio no hizo variar la tónica del segundo acto ni un ápice. Todo siguió igual en cuanto el colegiado dio la orden de que continuaran las hostilidades. El Valencia dominador. Dueño y señor del partido. Del juego. De todo. Volvió a tocar y tocar, a llegar, a crear peligro, cada vez más. Mismo resultado que en el periodo precedente. Nunca el fútbol fue tan injusto con un equipo.
Por si había alguna duda de ello, hubo una prueba más. Contundente. Tanto como la violencia con que Villa estrelló el balón en el poste izquierdo del portal local. Ver el desarrollo del juego, con la exhibición que estaba dando el Valencia, y comprobar que en el marcador se mantenía la mínima victoria rojiblanca era todo un contrasentido. Había que frotarse los ojos para dar credibilidad a lo que era evidente. Increíble, pero cierto.
Sin embargo, tanta desgracia era imposible sufrir. Hubo que esperar mucho, demasiado para que hubiera algo de justicia. No la debida, porque los de Emery merecían ir ganando de largo, por varios goles de diferencia. Al menos, llegó el empate, minuto 76, con Banega como asistente y Mata de ejecutor. El argentino metió un balón en diagonal extraordinario, para que su compañero rematara la faena.
Tuvo que ser Mata, el más abroncado, casi odiado durante el tiempo que estuvo en el campo, por aquello de que salió de la cantera del Real Oviedo, el eterno rival del Sporting. El gol, repitiendo como en la pasada campaña, le sirvió para soltar toda la adrenalina contenida y la rabia acumulada, ante lo injusto que el fútbol estaba siendo con su equipo.
El Valencia ha dado una lección de fútbol al Sporting durante casi ochenta de los noventa minutos del encuentro. Y pese a ello estuvo 76 por debajo en el marcador. Baño al margen, a Marchena le hicieron un penalti de libro que el árbitro no quiso señalar, pues se vio claro; el propio defensa valencianista estrelló un remate con la testa en el poste, acción que más tarde repetiría también Villa. Más imponderables, imposible. Y, cuando no, era el meta local Juan Pablo el que salvaba los muebles para los rojiblancos.
Y menos mal que en la prolongación César salvó un mano a mano con Bilic que, de haber acertado a marcar el delantero rojiblanco, hubiera dado la puntilla a un Valencia que, en Gijón, debió creer en brujas, en meigas, en gafes, en mal fario y hasta en el mal de ojo. Ha tenido a todos los hados en contra, con lo que hay que dar por bueno el punto obtenido pues, aunque se hubieran jugado dos horas más, visto lo visto tampoco se habría ganado.
De momento, se ha evitado una nueva derrota, como sucedió en la anterior salida, primera de la segunda vuelta del campeonato, que permite continuar respirando en la tercera plaza de la clasificación. Otro dato positivo, quizás el único del Molinón, que ninguno de los seis valencianistas amenazados de suspensión por tarjetas cayó. Algo es algo.
Emery no se guardó nada de salida, pensando en el partido europeo del próximo jueves. No dio descanso a nadie. Ni a Bruno, al que ha alternado en alguna ocasión con Miguel; tampoco a Albelda, ante las molestias musculares sufridas durante la semana. Ni siquiera jugó la baza del Chori, ante las buenas sensaciones que el argentino dejó en su estreno en Mestalla.
Y el equipo respondió, excepto en los siete minutos iniciales. Cuando mandó un Sporting que salió hipermotivado, mordiendo, con ganas. Y con lucidez en su faceta ofensiva. Carmelo por la derecha, Diego Castro por la izquierda y De las Cuevas en la media punta hicieron mucho daño a una zaga valencianista que no acertaba a atajar la creatividad de los rojiblancos. Ni en la medular, ni por las bandas.
Fueron unos minutos terribles para el Valencia. Los de Emery bailaban al son que marcaba el Sporting, pasado de revoluciones. Y los de Preciado obtuvieron el premio a su esfuerzo, por medio de un Diego Castro que estaba de dulce. Le salía todo. Y, tras controlar el esférico cerca del vértice derecho del área de César, se posicionó, metió el interior de su bota diestra y clavó el cuero por la escuadra opuesta, sin que el veterano y efectivo meta valencianista tuviera opción alguna de desviarlo. Un gran gol.
A partir de ahí, se acabó el Sporting. El Valencia metió la directa, comenzó a tocar, a mirar hacia delante y los locales tuvieron que ceder metros. Demasiados. Se vieron arrinconados y, como si se les hubiera acabado el fuelle, no podían ni salir al contragolpe. El mando, el control y el fútbol era valenciano.
El equipo de Emery funcionaba. Banega había entrado en contacto con el balón más a menudo, se ganaba en profundidad y delante, los pequeños, comenzaron a sembrar el pánico en El Molinón. Villa, profeta en su tierra, se encargó de los tres primeros remates a portería. Se encontró siempre con Juan Pablo. En el primero, con un paradón casi imposible, tras empalmar el Guaje sobre la marcha un centro medido de Mata.
Sin embargo, el protagonismo estelar fue para Marchena. El tercer remate de Villa, minuto 18, acabó en córner. Tras el lanzamiento, Gregory sujetó al defensa valencianista de manera reiterada, para acabar subiéndose a caballo sobre él. Penalti clamoroso, del que ni Ramírez Domínguez ni sus asistentes se enteraron. O no quisieron enterarse, porque fue muy claro.
Y a punto de cumplirse la media hora, de nuevo apareció en escena Marchena. Tras botarse otro saque de esquina, Carlos remató con la cabeza, pero el balón fue a estrellarse en el poste izquierdo del portal sportinguista, con Juan Pablo totalmente batido. Ver para creer.
El Valencia era un rodillo que aplastaba a los locales. Les pasó por encima en todos los aspectos. Mas no hubo forma de convertir el abrumador dominio en goles. Hubo remates de Pablo, Mathieu, Silva… Todos con idéntica suerte. El último antes del descanso fue a cargo de Mata, tras un muy buen servicio en profundidad de Dealbert. También se estrelló en Juan Pablo.
El intermedio no hizo variar la tónica del segundo acto ni un ápice. Todo siguió igual en cuanto el colegiado dio la orden de que continuaran las hostilidades. El Valencia dominador. Dueño y señor del partido. Del juego. De todo. Volvió a tocar y tocar, a llegar, a crear peligro, cada vez más. Mismo resultado que en el periodo precedente. Nunca el fútbol fue tan injusto con un equipo.
Por si había alguna duda de ello, hubo una prueba más. Contundente. Tanto como la violencia con que Villa estrelló el balón en el poste izquierdo del portal local. Ver el desarrollo del juego, con la exhibición que estaba dando el Valencia, y comprobar que en el marcador se mantenía la mínima victoria rojiblanca era todo un contrasentido. Había que frotarse los ojos para dar credibilidad a lo que era evidente. Increíble, pero cierto.
Sin embargo, tanta desgracia era imposible sufrir. Hubo que esperar mucho, demasiado para que hubiera algo de justicia. No la debida, porque los de Emery merecían ir ganando de largo, por varios goles de diferencia. Al menos, llegó el empate, minuto 76, con Banega como asistente y Mata de ejecutor. El argentino metió un balón en diagonal extraordinario, para que su compañero rematara la faena.
Tuvo que ser Mata, el más abroncado, casi odiado durante el tiempo que estuvo en el campo, por aquello de que salió de la cantera del Real Oviedo, el eterno rival del Sporting. El gol, repitiendo como en la pasada campaña, le sirvió para soltar toda la adrenalina contenida y la rabia acumulada, ante lo injusto que el fútbol estaba siendo con su equipo.
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